jueves, 4 de agosto de 2016

Dijle rivier




En la Facultad lovaniense de Letras, por las mañanas se siente una almohada de silencio. Respira la ciudad serena a través de las hojas de los árboles, hasta entre las yedras de las paredes. A veces se oyen lejanas campanas de alguna iglesia y la horas caen como hojas desde el campanario de Ladeuzeplein.

Desde que llegamos, el Brabante flamenco se despliega ante nosotros como falda de madre hacia el mar, con un silencio asordinado hecho de inmensas nubes blancas, grises y blancas, que vuelan levemente.

Entre los cimientos de la Biblioteca comprendo un rumor de agua. Los ríos bajan desde montañas francesas y aquí avanzan dudosos, lentos, cambiando el curso entre praderas de heno. Al llegar a Lovaina, el río Dijle se embufa entre árboles y suelos más sólidos: het groot Begijnhof, Vismarkt, Sint Geertruikerk.


Quiere Dijle encontrar el mar, con un querer sin querer del todo. Se retira, se retiene, se une al Escalda y sin remedio se distrae entre las islas de Zelandia y las líquidas cristaleras de los balcones de Amberes.

Ya en el mar el agua del Dijle vuelve por la costa hacia al norte y merodea su tierra tan querida. Se une a las aguas del Mosa y a las del Rhin. Entra y sale, y entre tierra y sal del mar alcanza Groningen. Allí encuentra el empuje del río Ems y ambos se funden y en sus brazos acogen el fleco final de las tierras, los Nether Landen, los Países Bajos.

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