viernes, 12 de agosto de 2016

Centrale Bibliotheek: El salón de los pasos perdidos




En Leuven me he reconciliado con los días nublosos, la asidua llovizna y los apenas intentos del sol; eso sí, intentos esplendorosos cuando inunda cualquier día una calle arbolada.

A diario voy y vengo entre la Letteren Fakulteit y la Centrale Bibliotheek de la Universidad, que son dos edificios separados por un pequeño parque: la primera es un moderno bloque de hormigón visto y rígidas estructuras, y la segunda es una elegante muestra de gótico flamígero en el que destaca, sobre la gran plaza, su elevada torre.

Me contaron que en los años de la Gran Guerra la Biblioteca Central fue destruida. Fue un acto expreso de desprecio, innecesario para el dominio de la ciudad, que ya había sido tomada. Allí se perdió el registro de buena parte de la historia del Colegio Trilingüe y de los demás Colleges o Pedagogies universitarios. Pero al llegar la paz, Leuven reconstruyó el emblemático edificio, piedra a piedra, tal como había sido previamente.

En el corto recorrido entre un edificio y otro a veces me surca un corto tiritar o me caen unas gotas, que recibo acelerando el paso con el regocijo de quien corre descalzo a los brazos del padre.

Al llegar a la Biblioteca Central, uno encuentra lo primero el "salón de los pasos perdidos", un amplio distribuidor por el que todo el mundo pasa sin quedarse. He entrado en primer lugar en el Tabularium, su parte más íntima, protegida por unas empinadas escaleras de caracol. Allí se conservan unas fotos enmarcadas que muestran el estado ruinoso tras la guerra y su reconstrucción. 








Pero para mí el corazón de este auténtico monumento no está en la magnífica entrada ni en su Tabularium más recóndito, sino en el Salón General de lectura que da a la plaza Msgr. Ladeuze. 


Al ir bajando desde el Tabularium a la Sala, comienzo a sentir un cálido bienestar, los pasos lentos de unos y otros, casi como caricias en el entarimado; el olor nítido de la madera rehecha trozo a trozo. Me apresuro con los pies mojados y me hundo con delectación entre sus brazos dejando que mis pasos perdidos se aquieten junto a los otros, acomodados cada cual a su tarea.

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